martes, 30 de marzo de 2010

UNIVERSIDAD Y CIENCIA

UNIVERSIDAD PARA
EL DESARROLLO




GRUPO DE ESTUDIO UNIVERSIDAD Y CIENCIA
Organización Colombiana de Estudiantes, OCE
Universidad de Nariño, marzo de 2010


¿Con qué propósito la civilización humana creó centros de enseñanza y universidades? ¿Qué importancia histórica tiene el conocimiento para la vida de las sociedades? ¿Vale la pena reivindicar la ciencia y la educación como palancas del desarrollo material y cultural de Colombia? ¿Cómo debe ser la relación de la universidad con el entorno natural y social? ¿Los valores humanos y ciudadanos se forman en las instituciones universitarias?

Estos son algunos interrogantes que surgen a la hora de pensar en un proyecto educativo para la Universidad de Nariño, entendido éste como el programa general que oriente nuestra actividad académico-investigativa, y las formas que debe adoptar el andamiaje administrativo de la institución. Igualmente no podemos limitarnos a prescribir un “programa general”, una bitácora de vuelo, sino desarrollar también algunas aplicaciones, condiciones, principios y tácticas, también generales. De esto, en últimas, se trata la Reforma en la que estamos empeñados. Trataremos de aportar algunas respuestas a las preguntas planteadas, y así hacer una modesta contribución a este importante debate de la comunidad udenarista.

Empecemos diciendo que la importancia del conocimiento es de una evidencia palmaria. Tan sólo nos baste con observar nuestro alrededor y darnos cuenta de que una silla plástica, un computador, un celular o un lapicero no son más que ciertos conocimientos materializados en cosas. Estos objetos contienen en su seno química, electrónica, diseño, metalmecánica, matemáticas, etc. Es por ello que la mejor definición de tecnología es la que afirma que ésta es la expresión material del conocimiento. La subsiguiente conclusión es que el conocimiento se debe sistematizar de alguna manera para que los esfuerzos individuales de cada quien no sean en vano y que los adelantos de unos puedan ser aprovechados por otros en beneficio del conjunto de la sociedad. Para este cometido surgieron los ateneos, las bibliotecas, los herbarios, los claustros, es decir, los institutos dedicados, de una u otra forma, a trasmitir y producir conocimientos, y hacer de la labor científica una práctica social. Es una tarea imposible desarrollar incesantemente el conocimiento sin estos institutos especializados, los cuales por lo general se han denominado escuelas y universidades, inscritos dentro del término genérico de academia.

Fue con el capitalismo y la revolución industrial que los institutos de enseñanza e investigación tuvieron un desarrollo vertiginoso, condigno al desarrollo incesante de las fuerzas productivas. Esto se debe a que los procesos productivos evolucionan aceleradamente, y la sociedad se ve compelida a modificar su base científica y técnica de manera constante. Es apenas natural que si se trata de revolucionar la producción, se necesita una sociedad capaz de crear conocimiento al mismo ritmo. Se precisa, además, que haya cada vez más gente involucrada en la producción y trasmisión de conocimientos. Y como la idea no es sólo sacar del analfabetismo a las personas, sino correr las fronteras del saber y adentrarse en conocimientos complejos, los únicos capaces de sostener un mundo moderno, se hace perentoria la necesidad de que la sociedad tenga en un su seno institutos capaces de brindarle esta posibilidad: las universidades y los centros de investigación, sin olvidar las instituciones politécnicas.

Si esta es una verdad de a puño, lo es aún más para países como Colombia, que se encuentran bien atrasados en comparación con los aparatos productivos del mundo industrializado, y con tragedias sociales de hambre y miseria paralelas a las padecidas por el resto del llamado mundo subdesarrollado. Si Colombia aspira a salir del atraso y enrutarse hacia el progreso económico y cultural debe consolidar seriamente un proyecto autónomo en ciencia y tecnología, que debe contemplar, por supuesto, el fortalecimiento de las instituciones universitarias como centros de trasmisión y producción de conocimientos del más alto nivel científico, sin escatimar la producción artística, por que de ella también depende el bienestar de la sociedad.

Pero el solo desarrollo del conocimiento, la ciencia y la técnica no es suficiente para el progreso de la sociedad. La educación universal y de alta calidad es apenas un requisito insustituible, pero se necesitan de otros factores para lograr el progreso y el bienestar de los pueblos, los cuales extralimitan las funciones de la universidad, pues tienen que ver con el campo del poder político y de cómo está organizada la sociedad en su conjunto. Es decir, los centros de enseñanza e investigación deben cumplir con su aporte de conocimientos académicos, pero la solución como tal de los problemas y necesidades de la sociedad no dependen de la universidad. Por ejemplo, la comunidad científica hace rato ha desarrollado las sustancias y los procedimientos capaces de curar muchas enfermedades, pero es la realidad política y económica de la globalización la que no permite que lleguen a las manos de las personas; la física nuclear fue un portentoso avance para la ciencia, cuyas aplicaciones podrían ser beneficiosas para la vida de la humanidad y del planeta, no depende de ella, de la ciencia misma o de la institución universitaria que la desarrolló, que ulteriormente la industria militar de las grandes potencias la aplique en la fabricación de armas de destrucción masiva.

Es claro, entonces, que la sociedad le tiene atribuido un papel especial a la universidad: desarrollar los conocimientos científicos, las tecnologías y las artes que posibiliten el desarrollo material y cultural. Y cuando se habla de conocimiento se deben abarcar todos sus campos: las ciencias aplicadas como la ingeniería, las ciencias puras como las matemáticas, las ciencias naturales como la biología, así como las humanidades, las ciencias sociales y las bellas artes. Así como se necesita de buenos médicos, administradores, agrónomos o ingenieros, no es conveniente prescindir de filósofos, físicos, sociólogos, pianistas, escultores o matemáticos. Se trata, pues, de desarrollar el conocimiento en toda su amplitud, y ojalá a los más altos niveles de calidad. Para lograr esta ambiciosa tarea la universidad debe abrevar en el rico manantial universal del conocimiento humano, acoger los avances de la ciencia a escala planetaria, eliminando todo tipo de estrechez en sus miras. Esta vocación de universalidad hace del Alma Mater el lugar por excelencia del debate de las ideas, tesis, posiciones filosóficas, escuelas de pensamiento. El escenario ideal es el de una universidad con condiciones de calidad por lo menos similares a las de las mecas de la ciencia y el conocimiento mundiales.

De lo dicho no se colige que la universidad se desvincule de su entorno natural, social y cultural inmediato. Al contrario, en su estrecha relación con él reside también la universalidad del conocimiento que desarrolla. La práctica directa del investigador y del universitario con su objeto de estudio y las ulteriores y repetidas pruebas que en ese mismo entorno realice de sus teorías le confiere la universalidad del método científico a sus adelantos y confiabilidad ante la comunidad académica. A manera de ilustración pongamos el caso de un biólogo de nuestra universidad que estudia ciertos insectos en la selva de la costa pacífica. Estas investigaciones no las adelantan centros universitarios de Francia o Japón, por la sencilla razón, entre otras, de que deben estar ocupados en sus propias investigaciones realizadas en sus propios entornos. Pero las conclusiones del científico –se da por descontado la seriedad de sus investigaciones– podrán ser ponderadas con toda confianza por sus homólogos de todo el mundo, puesto que, si bien no serán los mismos insectos, la misma humedad, la misma tierra, en fin, las mismas condiciones, la verdad universal descubierta por el investigador en mención será aplicable en determinados contextos, así como nosotros aplicamos o ponderamos estudios que hacen los científicos sociales y naturales de otras latitudes, cuyas investigaciones no se han realizado en Nariño ni en Colombia, incluso ni siquiera en América latina, así como de la misma forma apreciamos el arte universal y lo potenciamos desde nuestra propia riqueza cultural.

Las posibilidades de investigación e intercambio de conocimientos a escala orbital son ilimitadas. Prueba de ello son los centros científicos que desarrollan investigaciones a grandes distancias de sus fronteras nacionales. No obstante, lo evidente, práctico y obvio es que la universidad hace su incursión en la universalidad del conocimiento desde su propia actividad práctica, la cual la adelanta en su entorno real, inmediato y concreto. Este entorno se dibuja de acuerdo a la vocación particular de cada ciencia y cada científico, y dependiendo de los estudios concretos que esté haciendo y de los recursos de que disponga. El entorno territorial, social o cultural no está trazado de antemano, sino que depende de una serie de factores determinados que condicionan a la universidad y a sus docentes, estudiantes e investigadores. Ejemplo: un grupo de sociólogos, de acuerdo a un plan de investigación, visita un país suramericano para recoger muestras antropológicas, econométricas, sociológicas, etc., y hacer con ellas un informe, iniciando así un estudio que lo continúa en comunidades del sur de nuestro departamento, en donde desarrolla y culmina su tesis. Asimismo, un matemático puro, para demostrar un teorema, talvez no necesite viajar a otro lugar de la Tierra, debe sí, disponer de una biblioteca adecuada, la cual contenga trabajos relacionados con el suyo, independientemente de que hayan sido hechos en Nariño, Colombia o en el resto del mundo. De igual forma, y si las condiciones son propicias, la universidad debe estar abierta al intercambio académico y cultural con institutos del resto del país y del mundo.

Es así como la universidad debe estar vinculada a su entorno, no en virtud de una teleología prediseñada y prescrita por su misión institucional formal, sino porque esa es condición de su carácter científico y universal, la de estar íntimamente ligada a la realidad objetiva, en una comunión dialéctica con su entorno social y natural. Porque, si no es en la práctica directa con esa realidad objetiva, ¿en dónde verificará la seriedad y veracidad de sus adelantos, tesis, afirmaciones y teorías? Que ese entorno o realidad objetiva concreta sea la región geográfica nariñense –con los límites políticos convencionales– depende de varios factores, propios de cada investigación, estudio, análisis, observación o práctica académica. Como ilustración pensemos en una nueva tesis pedagógica adelantada por la Facultad de Educación, la cual no podrá ser comprobada y aplicada entre docentes de Antioquia o Chile, sino que serán abocados los de Pasto o algún otro municipio aledaño, no porque esa teoría sea defectuosa o carezca de universalidad, sino porque éste es el entorno inmediato y concreto del investigador, y sus resultados apuntan a resolver cierta problemática específica, sin querer afirmar que ulteriormente no pueda esa investigación ser considerada y aplicada por pedagogos de Brasil o Suecia.

Finalmente, terminemos estas cortas reflexiones con el asunto del componente humanístico y de valores ciudadanos que se pretende sea una labor fundamental de la Universidad. Ya vimos cómo el papel principal de la educación superior es la producción de conocimiento científico de alta calidad como aporte insustituible para el desarrollo y el progreso de la sociedad, mientras que la formación de los universitarios en valores como la solidaridad y la honestidad, es más bien el fruto de su experiencia social y personal a lo largo de la vida, incluyendo el aprendizaje en sus primeros años infantiles. Pensar que un estudiante se hace una buena persona o un buen ciudadano, solidario y demócrata, en su paso por la universidad es una quimera. No porque la universidad no coadyuve en este tipo de formación, sino porque va más allá de sus posibilidades objetivas.

La mejor forma de aprender valores humanos y ciudadanos (ya mencionamos la solidaridad y la honestidad), es en medio de una vida social que sea permeada y atravesada por el ejercicio real y permanente de dichos valores. Ello compele a que la universidad, como auténtico espacio para la ciencia y la cultura, adopte principios democráticos para sus disímiles quehaceres, además de que genuinamente permita la difusión, intercambio y participación de todas las expresiones científicas, artísticas y culturales, todo lo cual se logra si cuenta con condiciones materiales concretas –auditorios, bibliotecas, museos, laboratorios, recintos, etc.- que posibiliten a la institución convertirse en un foro científico y cultural permanente, con gran profusión de actividades extracurriculares de todo tipo.

La Universidad debe adoptar una reforma administrativa de carácter democrático que, además de hacer de la toma de decisiones en su interior el ejercicio de la autonomía, sirva como escenario para la práctica constante de la democracia por parte de la comunidad universitaria. No se puede coadyuvar a formar demócratas y ciudadanos responsables y solidarios si la universidad no es, a su vez, una institución que ejercite la democracia como forma de desempeñar sus actividades, tanto en los aspectos académicos como en los puramente administrativos. En este sentido, la mejor manera de hacer un aporte significativo en la aprehensión de valores humanos y ciudadanos es que la universidad promueva, estatuya y ejerza diversos mecanismos de la democracia universitaria. Esto está atravesado por el fortalecimiento de las organizaciones gremiales de los estamentos, ampliación de las representaciones de éstos en los organismos de dirección, la constitución de espacios para la deliberación y la toma de decisiones con amplia y efectiva participación de la comunidad universitaria; y en fin, toda una gama de acciones que redundan en un universitario cada vez más apartado del individualismo y de la apatía en boga. Además, la actividad científica es humanizadora y liberadora per se, pues permite eliminar prejuicios y taras espirituales, y dota de herramientas que facilitan la superación de talanqueras ideológicas y culturales retardatarias.

Nos es imperioso subrayar que la institución universitaria no tiene como función social primordial la de formar buenos seres humanos y buenos ciudadanos, ni “hacedores de paz”. Estos objetivos extralimitan sus posibilidades.

A Colombia se le ha negado la perspectiva de troquelarse un proyecto independiente de modernización y progreso, por lo cual la Universidad de Nariño, desde su actividad científica e investigativa, debe ponerse al servicio del desarrollo nacional y del bienestar del pueblo, procurando elevar sus condiciones de calidad académica y rigor científico, vinculando dialécticamente la teoría con la práctica, y propiciar formas democráticas de organización interna.



ORGANIZACIÓN COLOMBIANA DE ESTUDIANTES


OCE

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