domingo, 21 de marzo de 2010

UNA ACLARACIÓN NECESARIA

ORGANIZACIÓN COLOMBIANA DE ESTUDIANTES, OCE


Universidad de Nariño. Pasto, marzo de 2010

Los miembros de la OCE, en la Universidad de Nariño, tuvimos el acierto de publicar el texto “Verdad absoluta y verdad relativa”, escrito por el profesor bogotano Guillermo Guevara Pardo. Dicho texto ha hecho que el Doctor Julián Sabogal haya publicado una Carta Abierta dirigida a la comunidad udenarista donde fija su muy particular posición al respecto. Bienvenido el debate ideológico serio y argumentado que conduzca a que los interesados conozcan diversas opiniones que permita adoptar una posición frente a la Reforma que se lleva a cabo en nuestra universidad, pues el asunto no es de poca monta. Nos parece que, de entrada, se condiciona el debate cuando espera “que ellos no consideren sus opiniones como una ‘verdad absoluta’”, a pesar de que renglones atrás se alegra porque los estudiantes seamos capaces de poner “por escrito sus ideas” y lo cierra de igual forma recurriendo al sesgado argumento de los historiadores burgueses acerca del papel que jugó Stalin durante el doloroso sacrificio que tuvo que hacer el pueblo ruso para evitar que el mundo cayera en las garras del fascismo. Pero, bueno, no creemos que ese sea el aspecto fundamental del debate, como no lo es su prevención a que no utilicemos la fuerza para imponer nuestra “verdades absolutas”, mostrándonos como individuos intolerantes y dogmáticos, acostumbrados a imponer violentamente nuestros puntos de vista, cuando la verdad es al contrario, como toda la universidad lo reconoce en nuestras conductas abiertas y democráticas.

Quisiéramos proponer dos de las diez preguntas que Lenin le plantea al disertante en el texto Materialismo y Empiriocriticismo, en la edición china de 1974, que por ese hecho no es entonces una lectura maoísta de Marx. También tenemos a mano el Anti-Dühring, Ediciones Pueblos Unidos, 1948, de Uruguay, y no hemos encontrado allí tampoco una lectura uruguaya de Marx. Vayamos a las preguntas:

1) “¿Admite el disertante que en la base de la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico está la admisión del mundo exterior y el reflejo de este último en el cerebro humano?

2) “¿Considera el disertante que las ideas de causalidad, de necesidad y de sujeción a la ley, etc., son un reflejo de las leyes de la naturaleza, de un mundo real, en la conciencia humana?”

Como nosotros damos un SÍ rotundo a esas dos preguntas, entonces no vemos porqué se encuentra una contradicción en la relación que hay entre la verdad objetiva como un reflejo en la conciencia del hombre de los fenómenos que ocurren en el mundo. Lenin dice al respecto que “la existencia de lo que es reflejado, independientemente de lo que lo refleje (la independencia del mundo exterior con respecto a la conciencia), es la premisa fundamental del materialismo”. Claro está que ese reflejo en el cerebro humano no es un acto pasivo; el sólo reflejo no define la verdad, ese es el paso inicial hacia la verdad. La actividad práctica le permite a los científicos profundizar cada vez más en el conocimiento de las leyes que gobiernan el mundo, en su dominio, lo que lleva, tarde que temprano, a las aplicaciones tecnológicas: la transformación de la “cosa en sí” en “cosa para nosotros”. Este ha sido el camino que siempre ha seguido el desarrollo histórico de la ciencia, o si no, miremos alrededor de nosotros para ver la cantidad de objetos tecnológicos producidos por los avances de la física, la química y la biología. Mao lo explicitó de manera sencilla y brillante cuando señaló que la ruta para llegar a la verdad objetiva es “de la materia a la consciencia y de la consciencia a la materia, es decir, de la práctica al conocimiento y del conocimiento a la práctica. Esta es la teoría marxista del conocimiento, es la teoría materialista dialéctica del conocimiento”, por lo tanto es la práctica el juez que termina por decidir si una tesis científica es falsa o verdadera: “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento”, agrega el insigne dirigente chino.

También se asevera en la Carta Abierta que no es exacta la afirmación de que para el idealismo no exista la realidad objetiva y hace una cita de Engels que, en nuestro criterio, ratifica lo sostenido en el escrito publicado por la OCE. Obviamente que se puede pensar en una línea intermedia entre el idealismo y el materialismo donde se pueden ubicar a filósofos como Hume y Kant, pero adoptar esa posición lleva a negar “la posibilidad de conocer el mundo, o por lo menos de conocerlo de un modo completo”, como aclara Engels. Tanto el idealismo como el materialismo reconocen las sensaciones como la fuente de todos los conocimientos, pero para el idealista “los cuerpos son complejos o combinaciones de sensaciones”, no tienen una existencia objetiva, mientras que para el materialista “las sensaciones son imágenes de los cuerpos, del mundo exterior”. Para la primera concepción entonces no puede haber verdad objetiva, para el materialismo, por el contrario, es pilar fundamental de su concepción el reconocimiento de la verdad objetiva. Algo semejante puede decirse de la relación mente-materia, que define los dos campos filosóficos en querella: ¿Es la mente anterior a la materia, o es la mente un producto de la materia? Veamos a respecto lo que dice el físico Erwin Schrödinger, uno de los fundadores de la mecánica cuántica: “La materia es una imagen de nuestra mente –por lo tanto la mente es anterior a la materia”, concepción claramente idealista que niega el carácter objetivo del mundo material. Si le damos la vuelta a esa idea, obtendremos la concepción materialista del mundo.

La ciencia es una hermosa empresa del intelecto humano, tan hermosa como lo pueden ser las más elevadas expresiones del arte y de la filosofía; mientras los filósofos buscan explicar las razones últimas de nuestra existencia y los artistas plasmar la belleza de lo intangible, los científicos indagan acerca de las causas inmediatas valiéndose del método científico y del formalismo matemático, planteando teorías, concatenando observaciones, diseñando experimentos que respalden una hipótesis hasta encontrar el camino seguro que conduzca hacia la verdad científica. La ciencia ha evolucionado históricamente desde lo más general a lo más específico (para retornar del conocimiento específico al general) lo que le ha permitido explicar una mayor cantidad de fenómenos con más precisión, es decir, con profundidad creciente. La ciencia es la forma más elaborada de organización de los conocimientos que la humanidad, a través de su desarrollo histórico, ha venido acumulando acerca del funcionamiento del mundo. La validez de sus hipótesis, teorías y leyes no dependen de la fe o de la autoridad de un individuo, sino del veredicto de la práctica experimental. La ciencia es un camino para que las personas se liberen de prejuicios y supersticiones. Gracias a ella vivimos una asombrosa época de avances tecnológicos que contemplamos diariamente a nuestro alrededor. En 2007 se cumplieron los primeros cincuenta años de la exploración espacial; antes de 1957 era poco lo que se sabía del sistema solar: no se tenía ninguna sospecha de que en Marte existieran montañas y cañones que hacen parecer al Éverest una loma y al Gran Cañón de Colorado una pobre zanja; se suponía que bajo las cerradas nubes de Venus podría existir una exuberante y brumosa jungla o quizás un desierto seco y baldío; de Saturno sólo se veían algunos de sus anillos y se conocían unas pocas lunas en los planetas gigantes; la Tierra nunca se había observado como planeta y no se sabía del origen cataclísmico de la Luna; no se tenía evidencia de la existencia de más sistemas solares. Hoy, sondas espaciales, telescopios y otros artilugios han ampliado como nunca nuestra visión del Universo. Algo semejante ha ocurrido con la exploración de las entrañas del átomo: sus misterios han sido develados y dominados; no importa que su “eléctrica hermosura”, hubiera sido guardada como si fuera sólo “píldora norteamericana”, para dejarla caer “en Hiroshima”; haber logrado su dominio es “felicidad matutina”, como canta en Oda al átomo el poeta chileno Pablo Neruda. La ciencia también ha llegado a la intimidad de la célula: la esbelta molécula de ADN se manipula de mil formas y se transfiere entre organismos separados por eones de evolución. En el año 2008 investigadores del Instituto Venter lograron crear el primer genoma sintético de una bacteria con lo cual esperan obtener inimaginables aplicaciones; este paso es el primero hacia la creación de vida artificial. Cada vez se nos aclara más el proceso que dio origen a la vida, así como la senda que siguió la evolución para formar organismos pensantes. Los conocimientos se amplían y lo que hasta hace poco era dominio de pequeños círculos de expertos, ahora lo conocen más y más amplios sectores de la población. La ciencia hace rato se convirtió en palanca fundamental para el progreso y desarrollo de las naciones. Aquellas que pertenecen al llamado Tercer Mundo ven con pavor la manera acelerada como la brecha científica y tecnológica se amplía y profundiza respecto de las que pertenecen al Primer Mundo, desde donde se escuchan recomendaciones como la del norteamericano Michael Porter (adscrito a la Escuela de Negocios de Harvard) quien tiene el descaro de sugerir que Colombia debe “dedicarse a lo que sabe hacer bien, esencialmente, producir café, pero no cometer el error de tratar de incursionar en temas más sofisticados en los cuales no tiene ninguna oportunidad”, es decir, que para los países pobres está negada la posibilidad de contribuir al desarrollo del conocimiento y lo único que deben hacer es leer y tratar de entender la ciencia que otros países están haciendo. Lo grave es que estas absurdas ideas “han encontrado un eco entusiasta en los gobiernos de muchos países del Tercer Mundo…”, induciendo a la opinión pública a creer que “no vale la pena, en un país como el nuestro, realizar esfuerzos para crear una capacidad propia de producción de conocimiento y que lo mejor que podemos hacer es esperar a que los países avanzados se ocupen de esos temas, y contentarnos con adquirir los productos una vez listos para la venta”. Afortunadamente hay científicos de renombre, como el neurólogo Rodolfo Llinás, quien ha reclamado del gobierno colombiano darle a la ciencia y a la tecnología la importancia necesaria para que ellas contribuyan a mejorar el bienestar de las gentes del país. El doctor Llinás ha señalado claramente: “Colombia no está dando todo lo que puede dar desde el punto de vista humano. Definitivamente nuestros artistas son fantásticos, nuestros escritores son fantásticos, pero nuestros científicos no pueden ser fantásticos. No porque falte capacidad, sino porque simplemente no existe el interés ni la voluntad social y política necesaria para sostener un eje científico fuerte…”.

Subyacente a toda esta explosión de conocimiento científico está la continua lucha entre dos opciones filosóficas: el idealismo y el materialismo. El idealismo ha sido un aliado fiel de las concepciones religiosas, niega la existencia objetiva de la naturaleza a la que considera una proyección de la mente; para la filosofía idealista, en principio, no es cierto que las ciencias naturales busquen dar con las verdades más ciertas y objetivas en cada campo concreto del conocimiento científico y en particular el conocimiento relativo al comportamiento de la materia en el espacio y el tiempo, tal como lo perciben los órganos de los sentidos. Tampoco acepta que la ciencia nos procura realmente esa verdad objetiva. El materialismo, por el contrario, ha establecido desde siempre una alianza con la ciencia pues las teorías científicas ofrecen descripciones ciertas de los objetos y procesos del Universo, sostiene que la existencia del mundo es independiente de la de seres conscientes, aquí o en cualquier otra parte del Cosmos. Y aunque cada avance de la ciencia es una derrota del idealismo, éste encuentra siempre un nuevo nicho donde anidar. Cada adelanto en el desarrollo científico contribuye a ampliar la comprensión general del Universo, demostrando que las razones de la ciencia son superiores a las explicaciones místicas o religiosas. Pero el idealismo se niega a abandonar con facilidad sus cada vez más debilitadas posiciones. Por eso se hace necesario alinearse con la concepción materialista del mundo, especialmente con la forma más desarrollada de esa corriente filosófica: el materialismo dialéctico, cuyas premisas nos permiten discernir con claridad los caminos quijotescos por los que viaja el conocimiento científico así como entender la grandeza y racionalidad de su propio desarrollo histórico. Ser materialista, no es ver únicamente en los colores de las alas de una mariposa un fenómeno de refracción lumínica; es también saber que la belleza surge de las diferentes formas que adquiere el infinito movimiento de la materia. Alguien puede afirmar que un científico no aprecia la belleza de una flor o de una mariposa en la misma medida que un artista; que el científico los convierte en objetos sin interés, pues los analiza y los descompone. El físico y premio Nobel Richard Feynman no estaba de acuerdo con ese análisis: “Me parece que está diciendo una bobada. Para empezar, la belleza que él [el artista] pueda ver también está a la vista de otras personas y también de la mía, creo, aunque tal vez no sea yo tan estéticamente refinado como él. Pero yo puedo apreciar la belleza de una flor… y puedo imaginar las células que hay en ella y los procesos complejos que se desarrollan en su interior, que también tienen su belleza. Lo que quiero decir es que no se trata sólo de belleza a la dimensión de un centímetro; hay también belleza a escalas inferiores: la estructura interna. También [hay belleza] en los procesos; el hecho de que los colores de la flor hayan evolucionado para atraer insectos que la polinicen reviste un gran interés, pues significa que los insectos ven los colores… Hay toda clase de preguntas interesantes que demuestran que el conocimiento de la ciencia no hace más que sumar a la emoción, el misterio y la admiración que nos produce una flor”.

Una descripción materialista del mundo implica abrir tres posibilidades: la ontológica (la existencia de la realidad independiente de la mente), la semántica (los enunciados teóricos como reflejos de la realidad) y la epistemológica (los enunciados teóricos nos permiten conocer la realidad). Pero con el materialismo también se aspira a ir más allá; es además una guía en la tarea por alcanzar una nueva forma de democracia para organizar otro tipo de sociedad, ganando primero los corazones y las mentes de la gente, propiciando una revolución cultural (donde el conocimiento científico juega un papel fundamental) en el seno de la sociedad. De allí la importancia de su conocimiento, pues el idealismo se ha anidado en las concepciones constructivistas que animan muchas de las reformas a los planes de estudio de las universidades públicas con tesis aparentemente “novedosas” como el de los currículos flexibles y pertinentes, el pensamiento complejo y toda una palabrería rimbombante pero hueca que ha sido puesta al desnudo en la brillante obra de Alan Sokal y Jean Bricmont, Imposturas Intelectuales, donde “bajan del pedestal” a “filósofos” tan caros al pensamiento posmodernista como Jacques Lacan y Julia Kristeva. No podemos olvidar que: “El carácter idealista y anarquista del constructivismo en educación tiene el propósito oculto de adecuar nuestras atrasadas sociedades al dominio del mercado mundial y de la competencia imperialista…”, como acertadamente lo señala el profesor José Fernando Ocampo. Las concepciones idealistas (constructivistas) llevan avalar tesis como la sostenida por Wittgenstein quien nos dice: “No resulta insensato creer, por ejemplo, que la época científica y técnica sea el principio del fin de la humanidad; que la idea del gran progreso sea una ilusión que nos ciega, al igual que la idea del conocimiento completo de la verdad; que en el conocimiento científico no hay nada bueno ni deseable y que la humanidad que se esfuerza por alcanzarlo se precipita en una trampa. No es para nada claro que lo anterior no sea cierto”. El constructivismo –el posmodernismo en educación– tiene el triste papel de lacayo para garantizar ideológicamente que en nuestro país la educación sea pobre para seguir manteniendo a este país en la pobreza, en el atraso científico y tecnológico, en negarle a la mayoría de los colombianos un aprendizaje de calidad. La Reforma académico-administrativa de la Universidad de Nariño debe hacer oídos sordos a esos cantos de sirena.

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